martes, 7 de enero de 2020

Feliz daño nuevo

Yo quería un año impecable. Bueno, lo más impecable posible por la mayor cantidad de tiempo posible. Y el primer día... esto? Que quede claro que no es un llanto de tristeza; son apenas unas lagrimitas liberadoras. Porque en este mes de silencio no había perdido la esperanza. Y para que no fuera vana, repasé cada una de sus palabras. "Esta vez no me equivoco. Lo insinuó. Lo dijo. Más de una vez. En esta oración. En este audio". Nada. Silencio seguido de más silencio. Fue entonces que la esperanza se quedó callada y habló la intuición, como sólo ella sabe: sin decir nada. Y hoy -justo hoy que estrenamos año- constato eso que dicen sobre los ojos que no ven. Porque vi, y entendí lo que presentía. La esperanza bajó la vista avergonzada. No se puede desver lo visto. Por segunda vez, fui testigo fugaz de todo lo que quise para mí -eso que otra vez casi acaricio con la punta de mis dedos- concedido a alguien más. No lo esperaba, aunque lo presentía. Otra vez. Segunda vez. Y realmente no entiendo cuál es la lección que no termino de aprender.


Hasta yo había apostado que, pese a todo, quizás esta vez... Hasta yo le creí, Maga; no te sientas mal por eso. Muy lejos de ser perfecto, parecía correcto, con sus lecciones aprendidas. Vos hiciste todo bien: no idealizaste, no te apresuraste, evitaste el apego, te abriste sincera. Llorá a carcajadas, Maga, para sacarlo afuera. Ya sabés cómo es, ya pasamos por esto antes. Después habrá tiempo de volver a empezar: el año recién se estrena.

martes, 8 de octubre de 2019

Carencia

Odio que me recuerden que no soy suficiente. Todo el tiempo intento olvidarlo, pretender que en algún momento, para alguien, seguro que sí. Me hago la distraída, la que no ve que una y otra vez se quedó corta. Me hago la fuerte, la que ya sabía que esta vez tampoco era. Me hago la que no me importa. Pero lo que en realidad me hago es pelota. Y cada vez que me recuerdan lo inelegible que soy, siento que pedacitos de mí se caen y se pulverizan, imposible recuperarlos. Tengo la sensación de que eso que ofrezco y nadie quiere, tampoco vuelve a mí: se disuelve. Cada tanto, algún piadoso se detiene un ratito más de lo normal, y se gana una parcela de cielo asegurando que si no fuera por las circunstancias, el destino, la voluntad divina, los planetas y las adversidades infinitas, seguro, seguro optaría por mí. Siempre agradezco esas breves piezas de teatro. Entretanto, yo sigo disimulando, escondiendo la cabeza entre los amigos, en el trabajo, entre plantas y mascotas, en libros. Para no ver, para no enterarme. Para que el tiempo pase, de una vez.


Sabés que yo estoy con vos, de tu lado, en tu vereda, Maga. Pero permitime sembrar una pequeña duda: no será que estás apoyándote en una percepción muy personal para boicotear algo posiblemente lindo? Probaste con preguntar? O no te considerás capaz de tolerar un auténtico no? Tal vez, si la idea es amargarte, lo ideal sea hacerlo con motivo real...

domingo, 6 de octubre de 2019

En loop

Siempre es así. Cuando descubro algo maravilloso, al principio me niego a creerlo. Lo tomo con pinzas, pero ahí estoy, atenta. Será? Será esta vez? Y sin querer, antes de darme cuenta, me acostumbro. Y en el proceso, encima, me equivoco. Porque tomo todo como una señal cuando tal vez no es nada. Y creo cada palabra, porque no aprendí que el juego es juego y eso no cambia. No tardo nada en sentirme como en casa. Meto el corazón donde no debo, donde no es seguro, donde nadie me lo pidió. Pienso todos los  sentidos de cada frase para no confundirme, para devolver la respuesta más veraz y concreta. Lentamente, todo empieza a girar en torno a la novedad. Y cuando me quiero acordar, me perdí. Se apagaron las luces, cortaron la música, entendí todo mal. Sí, me equivoqué. De nuevo. De nuevo. De nuevo. No era para mí, no era yo. Por qué sería yo? En qué cabeza cabe que algo tan increíble fuera para mí? Qué insolente! No sos monedita de oro, me repito. Entendiste cualquier cosa, me reto. Ubicate, me ordeno. Quién te pensás que sos, me cuestiono. El fin de la pompa de jabón con aires de aerostático. Entonces me obligo a limpiarme, de adentro hacia afuera. Junto mis pedacitos, calladita. Y me despido de la maravilla, esperando hasta último momento que me detenga, que me llame, que me diga que no, que había entendido bien, que sí soy yo. Jamás sucede porque -como me enseñaron pero nunca termino de asimilar- siempre hay alguien mejor. Para mí será otra cosa, más adelante, más acorde; menos increíble tal vez. Sana, sana, hay que seguir buscando. Casi, me consuelo. A ver si esta vez aprendiste, me amenazo.


Ni yo soy tan dura con vos, Maga. Ya me parecía: algo de todo esto me resultaba familiar. Vos reconocés la secuencia que se repite? Podés ver el patrón, Maga? Te desafío a romperlo. Esa es la verdadera burbuja a reventar.


jueves, 3 de octubre de 2019

En la línea

Así estaba, otra vez con todo bajo control, pasando el rato. Mirando el desfile de pelotudos que de antemano sabía que no iban a llegar a ningún lado, pero al menos me entretenían (y de paso, no pensaba en lo que no tenía). Y cae este. Justo este. El hijo del ferretero. El paisa. Mi vecino! Un héroe? Pablo. Rompiendo mis cuidadosamente rediseñados esquemas. Logrando que deje de tener todo bajo control. Hablando mi lenguaje, redoblando mi apuesta. Y robándome auténticas carcajadas. Abriendo hasta la última puerta, la que da a mi vulnerabilidad. Desfachatado, explosivo, y a la vez tan tranquilo, tan acá-estoy-soy-esto (y todos sabemos que no hay nada más desarmador que eso). Otra vez se me fue todo al carajo. De qué control me hablan? Si de repente me doy cuenta de que la mayor parte del tiempo tengo una sola voz en la cabeza. Que todas mis ganas tiran para el mismo lado. Que todos mi yoes se pusieron de acuerdo por una vez. Será este? Que nadie me conteste, es lo que menos me importa ahora. Abandono el desfile, cedo el control y abro un paréntesis. No importa cuándo lo cierre, adentro somos sólo dos.

Maga? Sos vos? Realmente sos vos? Pero cuánto silencio tras aquella serendipia! Te vi entrar en el laberinto pero nunca supe qué había pasado y, francamente, ya había perdido toda esperanza de verte salir. Qué cambiado está todo! Todo, salvo por un solo detalle... Debería preocuparme, Maga?

domingo, 19 de enero de 2014

Artemisa adulterada

El destino o el azar (ambos tan poderosos como antagónicos) quisieron que me cruzara con ella. Al principio no noté su presencia, no había ninguna huella; vagamente recuerdo la primera noción que tuve de su existencia. Yo creo que a él le gustaba jugar con la idea: dos historias paralelas, dos posibles amores; la disputa... y él, el premio: el sueño de Narciso! Ella resultó una estoica rival, entregando mucho más de lo que yo misma estaba dispuesta a ceder. No hubo principios que ella no abandonara (suponiendo que los tuviese) para poner en oferta su dignidad y su amor propio. Se arrastró sin más, cubriendo con un manto de absurda piedad su flaqueza. Descaradamente, llamó amor a un engendro que la llevaba a perdonar una y otra y otra vez el desdén y el rechazo que recibía. Yo no comulgo con ese tipo de trucos: mi fortaleza reside siempre en cuidar lo que soy (lo único que tengo para ofrecer) y si me rompo, si me marchito, mi tesoro se ve reducido a nada. Aunque conocía su juego, involucrarme implicaba perderme a mí misma, aceptar yo también ser usada, y -eventualmente- consumida. Así, pues, me sentí una espectadora, una necia aprendiz que recibía la lección del error ajeno. Impávida, la contemplaba estirándose infructuosamente para alcanzar la sortija que le regalara una vuelta más. La miraba regresar envuelta en falsas mieles, presurosa en asir los laureles, sólo para darse de bruces otra vez, postergada, reemplazada. La observaba llenándose la boca de verdades parciales, de ilusiones sin base, tanteando la realidad que sólo podía ver a medias. Y mientras ella imaginaba capítulos por venir, yo escuchaba dudas, planes para esquivarla, razones para romper la promesa hecha. Llegué a tenerle lástima: alguna vez la vida me había puesto en ese lugar; en otro tiempo, también fui usada. Hice lo que pude y aunque sé que no es posible ganarse el respeto del ciego que no quiere ver (de hecho creo que me gané su odio), cuando tuve la oportunidad, intenté dejarle ver lo que yo veía: nunca me lo perdonó... Quién sabe, después de todo, tal vez ella sí lo logre. Acaso sea ella la única que sobreviva al descarte, y sus vestigios sean lo que él se merece: escombros de mujer, restos de un naufragio que él mismo ocasionó y que lo acompañarán hasta el final de sus días. O de uno más de sus ciclos.


Costó entender que era por tu bien, Maga. Costó soltar, lo sé. Pero ahora que al fin podés verte en ese espejo, entenderás a qué le temía yo tanto. Alguna vez dije que no te había cuidado lo suficiente: tuve miedo de perderte otra vez en la parte más oscura del laberinto. Claro que él te devolvió el brillo perdido, pero como bien sabés, si es demasiada, hasta la luz del sol te puede quemar.

miércoles, 1 de enero de 2014

Sin moraleja

Silencio. Días y días de silencio. Lo único que supo hacer La Maga fue callar. Dentro suyo convulsionaban la palabras en un caos de sorpresa, indignación y dolor, pero era incapaz de hilvanar un pensamiento coherente que no hubiera sido impregnado por la ambigüedad. Mentalmente, repetía la secuencia de una historia inverosímil. Sobre todo, la llegada imprevista: ese regreso impensado, ni siquiera imaginado; la confesión tan difícil -mas no imposible- de creer. Le presentaron un sueño, ese que siempre había anhelado, y La Maga lo abrazó, defendiéndolo incluso de la realidad. Aplicó todas la lecciones aprendidas, usó todos los trucos y pócimas que conocía. Incluso dejó su propio corazón sobre la palma de su mano, siempre abierta. 
Creyó. Fue paciente. Pensó lo mejor. Preguntó. Dijo sólo la verdad. Habló tan claramente como pudo. Pidió lo que necesitaba. Ofreció todo lo que tenía. Escuchó. Trató de entender. Se atrevió. Por eso, sin la menor pista, hoy no entiende qué sucedió. La única voz que puede darle una razón, no sólo se volvió silencio y ausencia, sino que le quitó las alas que le había dado.


Sos un antes y un después. Mi hija lleva tu nombre. Habitás mi sangre. Me hacés feliz como ella nunca podrá... Palabras! Si no es ella, será otra. Limitate a entender lo que te digo. No era lo que pensaba. No es para tanto... Sólo son palabras! Pero es innegable lo hondo que pueden calar, lo gratuitamente dolorosas que pueden ser. Hoy el desafío es perdonar. Pero no a él, puesto que no soy juez de nadie (aunque una disculpa suya sería sanadora: una señal de que algo fue cierto, de que algo le importa). No, el desafío es perdonarme a mí misma. La candidez, la ceguera, la estupidez. Perdonarme y aceptar que esta lección (que aún no comprendo) me transformó. Y no lo digo yo...

miércoles, 28 de agosto de 2013

Post-catástrofe

Por las noches puedo oírla. No le he dicho nada, pero la escucho llorar. Llora con vehemencia, desde muy adentro, como tratando de ablandar las raíces de su pena para sacarla. Llora para lavar la tristeza, para que no se le desborde el alma, para aliviar el peso de la piedra que le instalaron sobre el pecho. Durante el día  esconde los rastros de la noche en vela, pero sus ojos, como siempre, la delatan. Adivino su esfuerzo por enmascarar el dolor, viviendo el espejismo diario de imaginarlo aún acá. Tanto lo buscó, tanto lo deseó, hasta que al fin sucedió. Y es más de lo que cualquier mortal puede lograr: la más increíble y maravillosa historia. Quisiera consolarla, pobre Maga, pero nada de lo que diga será suficiente. No puedo cerrar la herida por ella, hay que dejar que el tiempo la cicatrice. Es tan terrible como atravesar lenguas de fuego, pero no conozco a nadie que no lo haya logrado. Yo sé que de esto saldrá fortalecida -aunque aún no lo entienda-, que aprendió una gran lección -aunque aún ella no sepa cuál- y que creció como nunca antes -aunque aún no lo perciba-. Estoy orgullosa de La Maga porque esta vez, se brindó como nunca antes; porque usó todo lo que aprendió en el camino y se animó a saltar sin red. Y la admiro, porque logró mantener siempre sus manos abiertas y amó sin medida; pero sobre todo, amó auténticamente y sin dobleces. Amó en la verdad, y tal vez por eso, no hay rencor ni frustración, sólo este hondo pesar por saber que las cosas son como deben ser, aún cuando no hayan resultado como ella lo anhelaba.


Lo que siento sigue intacto, por eso no quiero mover nada. Cada lugar, cada objeto, cada momento del día tiene adherido un recuerdo que lo conserva. Dije para siempre, y no es una promesa ni es una elección: él se queda en mí incluso a pesar mío. Es lo que sucede cuando el destino cruza dos caminos, aún efímeramente, y aparece este extraño y único tipo de amor...