Miedo tuve, pero mi certeza era más grande. Cuando las señales dejaron de hablar para gritar, supe que era momento de ir. Hacia él. Tenía que verme en esos ojos, zambullirme en esa mirada. Aunque en realidad, técnicamente, fue sólo llevar mi cuerpo porque hacía ya tiempo que estaba allí (y no estoy segura de haber vuelto). La cita era en abril pero el miedo fue más poderoso: y si se rompía la magia? y si no estaba allá lo que creía haber encontrado? y si no sucedía nada de nada? Me aferré al último sueño que él me había fabricado y decidí que mayo era el momento de correr todos los riesgos que hicieran falta para lograr mi mayor anhelo. Tanto verano de dudas, y de felicidad, y de esperanza, y de desencanto, y de cambio... había que hacerlo realidad de una vez! De repente me descubrí cruzando un puente que se sostenía de un solo lado. El encuentro fue un chispazo de magia que se extinguió rápidamente. Ah! Pero valió la pena! Ese abrazo de bienvenida fue como haber llegado a casa. Supe que era ahí a donde pertenecía. No recuerdo ese primer beso: lo borraron los tantos que le siguieron. Siempre dudé de la existencia del cielo, pero momentos como los vividos bien podrían serlo. El tiempo nos hizo trampa y se nos escabulló entre los dedos, pero finalmente hicimos carne lo que habíamos creado con palabras. Despojados de magia y de sueños, sin luna y sin miradas, sólo instinto, saliva y tacto, nos entregamos. Fue efímeramente mío, soy eternamente suya.
Te admiro, Maga, por haber aceptado el desafío de apostar nuevamente alma, corazón y vida a un sueño. Siempre decís que esta vez tenés una certeza pero vos sabés que en esas cosas yo no creo: no me sale volar como a vos. Te espero abajo, pies en la tierra, pero dedos cruzados.