Un día me eleva, mucho más allá del cielo. Derrama palabras de miel, y las dice con tanta vehemencia -o estoy tan desesperada por su amor- que le creo. Le creo palabra por palabra, intención por intención. Justifico sus faltas, perdono sus lapsos de desamor. Me permito ser feliz sin hechos, sólo con frases remotas. Lo dejo llenar mis días, acaparar mis planes, dibujarse en mi futuro. Acepto oscilar sobre la duda que me tiende, tal vez porque un "no sé" suspensivo es infinitamente mejor que un "no" rotundo. Me aprovisiono de paciencia, convencida de que es imposible que su camino no lo traiga hacia mí: qué otro mortal podría amarlo tan absolutamente? Siento que floto, que todo brilla, que se desborda el alma con sensaciones prodigiosas, y aguardo expectante esa señal que me permita derramarme en él sin censuras ni recelo.
Un día me derrumba, me empuja a un abismo. Subsuelo tras subsuelo, me hunde en mi pequeño infierno. Me deja rumiando cientos de porqués que no me atrevo a verbalizar. Escatima sus palabras -las enfría por momentos- y dosifica la ternura. Ignora que lo espero como a la próxima bocanada de aire. Desestima mis confesiones, incrédulo, y desdeña cada teamo, cada febril expresión de deseo. Olvida que mi tiempo se mide en términos de su ausencia, que el día es sólo un trámite vacío para llegar a la noche que lo trae. No sabe que nutro mis retinas con su imagen para recordarlo nítidamente en mis sueños, donde es libre y me elige. La soledad me pone en jaque sin su proximidad: de repente lo veo tan inalcanzable, tan ajeno... tan ilusión de verano. Siento dagas -insoportables- en el pecho, y duele la carne.
Un día me abre las ventanas de su mundo e ingreso, como polilla hacia la luz. Un día se encierra tras siete llaves y me quedo afuera, masticando silencio. Un día decide que puedo hacerlo feliz y me apresto a desplegar mi magia para que cada microsegundo sea así. Un día me envía al destierro y empiezo el duelo porque lo presiento perdido para siempre. Un día me voy a la cama con la sensación de llevarlo conmigo... y un día -tantos- como hoy, mojo la almohada sabiendo que nunca será para mí.
Me das tanta lástima, Maga, armando un mundo alrededor de polvo, dejándote llevar por caprichos de otro corazón mientras te olvidás del tuyo. Me da tanta tanta pena que no reacciones, que no te des cuenta que no se termina lo que no empezó. En algún momento yo también creí que ésta podía ser la última estación, que a lo mejor eso que tanto pediste había llegado: tan poco común, tantas las señales, tantos pequeños detalles enquistados. Pero te veo en una montaña rusa que te va astillando. Otra vez. Pensalo así: cómo se hace para amar a dos personas a la vez? Si amor es entrega... nadie tiene dos almas para ofrendar, ni dos vidas para dedicar, ni tantos sueños para repartir. Creo que la respuesta ya la sabés, Maga. No te lastimes más: partamos a la siguiente estación de una buena vez.