Yo quería un año impecable. Bueno, lo más impecable posible por la mayor cantidad de tiempo posible. Y el primer día... esto? Que quede claro que no es un llanto de tristeza; son apenas unas lagrimitas liberadoras. Porque en este mes de silencio no había perdido la esperanza. Y para que no fuera vana, repasé cada una de sus palabras. "Esta vez no me equivoco. Lo insinuó. Lo dijo. Más de una vez. En esta oración. En este audio". Nada. Silencio seguido de más silencio. Fue entonces que la esperanza se quedó callada y habló la intuición, como sólo ella sabe: sin decir nada. Y hoy -justo hoy que estrenamos año- constato eso que dicen sobre los ojos que no ven. Porque vi, y entendí lo que presentía. La esperanza bajó la vista avergonzada. No se puede desver lo visto. Por segunda vez, fui testigo fugaz de todo lo que quise para mí -eso que otra vez casi acaricio con la punta de mis dedos- concedido a alguien más. No lo esperaba, aunque lo presentía. Otra vez. Segunda vez. Y realmente no entiendo cuál es la lección que no termino de aprender.
Hasta yo había apostado que, pese a todo, quizás esta vez... Hasta yo le creí, Maga; no te sientas mal por eso. Muy lejos de ser perfecto, parecía correcto, con sus lecciones aprendidas. Vos hiciste todo bien: no idealizaste, no te apresuraste, evitaste el apego, te abriste sincera. Llorá a carcajadas, Maga, para sacarlo afuera. Ya sabés cómo es, ya pasamos por esto antes. Después habrá tiempo de volver a empezar: el año recién se estrena.